Los efectos devastadores del cambio climático son ya una realidad en el sector vitivinícola, y han inquietado a los especialistas, preocupados por la pérdida de identidad de las distintas variedades de uva y, en consecuencia, de los vinos que originan.
Las olas de calor y el aumento de los incendios a gran escala, además de destruir la producción, han provocado consecuencias muy perjudiciales para el sabor y la calidad de la uva.
Esto se debe a que la fruta depende totalmente de las condiciones climáticas para la maduración y la creación de su identidad de sabor, tono y aroma, una química muy particular que se ha perdido por los efectos tos nocivos del calor exacerbado en algunas regiones del hemisferio norte, como Estados Unidos y Europa, e incluso en otras regiones del planeta como Australia.
Entre las medidas que se están tomando en los viñedos para “salvar” las plantaciones están la reorientación de las “hileras” de vides hacia la dirección norte-noreste, lo que evitaría la incidencia directa de la luz solar y disminuiría la temperatura en el viñedo.
Sin embargo, esta acción provoca la pérdida de sustancias como los antocianos, que dan el aroma a los tintos; también se están llevando a cabo estudios de laboratorio para mitigar el smoke taint (el temido efecto que da un olor a “cenicero” a las uvas expuestas al humo y las cenizas de los incendios) y otros efectos del calentamiento global en las uvas, mediante tratamientos “antinaturales” que acaban reduciendo el sabor de la fruta, como son cambios en el calendario de la cosecha y la poda; plantación de uvas más resistentes y tolerantes al calor, y el uso de accesorios tipo espaldera que actúan como “paraguas”, o cualquier otro elemento que otorgue sombra.
El resultado de estas medidas para mantener la salud de la fruta es el cambio de la química original de cada cepa y el resultado final del vino, con una disminución del sabor y las características de cada terruño, haciéndolos más similares. Enfrentarse a estas adversidades y encontrar formas de mitigarlas sin que el vino pierda su diversidad debería ser el objetivo -y el reto- de investigadores y vinicultores.